La inhibición se oculta bajo los guantes de lana que cubren sus cálidas manos. Las penas mueren a pisotones de las sombras que poco a poco se adueñan de la noche.
El silencio de las alas que aún no despegan sugieren una breve mirada, prohibida y que incita. El juego comienza: los cristales del cielo provocan un incendio entre los adjetivos que se transfieren de una boca a la otra.
Las revoluciones del reloj se incrementan, las mentiras nublan el cielo. Una verdad se precipita en llovizna, en aire fresco, en la humedad que se palpa.
Los versos se murmuran al exhalar dióxido de carbono. Las ganas aumentan. Sin embargo, ya es tarde y todo se guarda en la cartera, junto a las fotos del ayer. Se guarda todo para después.
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